miércoles, 28 de enero de 2015

Cuento fantástico parte 9


HABALABA Y HABLABA, de Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y (hablar) hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada no (hacer) hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y (empezar) empezaba a hablar.(Hablar) Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le (dar) daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le (meter) metí la toalla en la boca para que se callara. No (morir) murió de eso, sino de no hablar: se le (reventar) reventaron las palabras por dentro.

YA NO QUIERO A MI HERMANO, de Fernando Iwasaki

«CARLITOS ESTÁ AQUÍ», dijo la médium con su voz de drácula, y de pronto (transformarse) se transformó y puso cara de buena. Entonces mamá le (hacer) hizo muchas preguntas y el espíritu respondía a través de la señora. Seguro que era Carlitos porque sabía dónde estaba el robot y cuántas monedas (haber) había en su alcancía, dijo cuál (ser) era su postre favorito y también los nombres de sus amigos.
Cuando la médium nos miró haciendo las muecas de Carlitos papá (empezar) empezó a llorar y mamá le pidió por favor, por favor que no se fuera. Las luces (apagarse) se apagaban y encendían, los cuadros (carse) se caían de las paredes y los vasos (temblar) temblaban sobre la mesa. Me acuerdo que la señora (desmayarse) se desmayó y que una luz (atravesar) atravesó a mamá como en las películas. «Carlitos está aquí», dijo con cara de felicidad.
Desde entonces hemos vuelto a compartir el cuarto y los juguetes, el ordenador y la Play-Station, pero la bicicleta no. Mamá quiere que sea bueno con Carlitos aunque me dé miedo. No me gusta su voz de drácula. Y además huele a vieja.

EL MONSTRUO DE LA LAGUNA VERDE, de Fernando Iwasaki

COMENZÓ CON UN grano. Me lo reventé, pero al otro día (tener) tenía tres. Como no soporto los granos me los (reventar) reventé también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara (ser) era una cordillera de granos, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me (dejar) dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me (doler) dolían al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que (sentir) sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos (reventarse) se reventaban los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me (mirar) miré al espejo por última vez y (dejar) dejé sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me (perder) perdí en la laguna. 

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